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- Sintieron una exultante embriaguez cuando dieron por muerto a quien regía con mano férrea sus vidas. Esto les indujo a creerse dueños de sus destinos.
Sin embargo, el júbilo fue fugaz y ahora un miedo implacable los atenaza. ¿Quién vendrá ahora a regir sus vidas? Nadie se presenta para ocupar el lugar vacante. A nadie parece importarle su suerte. En su reclusión crecen los rumores, los supuestos, las mentiras, las inquinas...todos se reprochan, todos se traicionan.
No tardan en usurpar el lugar que tuvo el ausente para aparentar normalidad ante el mundo. Disputándose ferozmente el mando. Se crean bandos por ocupar el poder vacante, la despensa, el aparatoso altavoz que preside la altura y que es el contacto con el mundo exterior.
Hay quien augurando catástrofes apocalípticas, desentierra muertos para venerarlos como reliquias; quien lee proclamas incendiarias, para instaurar su propia tiranía. Todos esperan el fin inminente. Pero mientras tanto demoran en inútiles cavilaciones, delirios que la vanidad engendra y vicios que los instintos propugnan instaurar como leyes.
En su aislamiento los recluidos juegan a ser los dueños de sus vidas, a ser los propios médicos de su locura. Fantasmagoría de reyes, bufones, héroes, y profetas...
Nadie llevó la noticia hasta el recinto sombrío del manicomio que fuera, como dentro de sus tapias, el mundo se desangraba en la misma guerra.